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El verano es una época del año que, desde un punto de vista humano, despierta en nosotros recuerdos y emociones y frecuentemente lo asociamos a estados de ánimo: alegría, vitalidad, jovialidad… Para un niño puede significar la llegada de las vacaciones, un día en el parque de atracciones y tiempo libre para estar con los amigos y jugar. Para un adulto puede significar disfrutar de más tiempo con la familia, días más largos, buen tiempo y nuevas actividades.

Los artistas empleamos un código específico para expresar nuestros sentimientos y emociones.

Del mismo modo que el escritor se sirve de la lengua para crear mundos y realidades nuevas, los pintores empleamos los elementos plásticos propios de la pintura con el mismo fin. Creamos nuevas realidades a través del color, la forma, la textura, la composición. Son muchos los pintores que se han inspirado en el verano y han filtrado la belleza de esa realidad a través de su ser, para regalarnos una nueva creación. El paisaje en verano tiene un gran poder evocador: el mar y los grandes espacios abiertos nos sugieren inmensidad y libertad y la luz tiñe campos mediterráneos de amarillo y naranja. La fuerza del rojo, los tonos alegres y luminosos, el color albero y azules que verdean… Mi selección de obras veraniegas incluiría “El Velero” de Edward Hopper; “Niños en la playa”, de Sorolla y los campos de trigo amarillos de Van Gogh.

A mí, el verano me recuerda a un mar en calma, me recuerda al paisaje mediterráneo, con un sol abrasador y me recuerda a los niños despidiéndose de su profesor, el último día de clase. Siempre me gustó la forma de tratar el color de los impresionistas y después, la fuerza de los fauvistas, con sus tonos puros. Me emocionan los tonos cálidos, como el amarillo, el color albero y los naranjas y en mis comienzos, me sedujo la obra de los impresionistas, su manejo del color y después la fuerza de los fauvistas, con sus tonos puros. Siempre ha sido el verano una época del año especial para mí, por el optimismo y la fuerza vital que desprende y ahora creo que está todo conectado y que hay un hilo conductor en parte de mi obra entre esos tonos, los temas tratados y la época estival: tanto en mi obra figurativa como en la abstracta, se observa un intenso cromatismo, así como fuertes contrastes: dinamismo y quietud, luces y sombras, tonos fríos y otros cálidos que envuelven.

Hay también un verano de la vida: si la primavera representa el nacimiento y la niñez, el verano de la vida es la plenitud física y emocional, la madurez, el vigor, la fuerza y la alegría de vivir, que precede al otoño de la vida, que asociamos al declive y la vejez. Del mismo modo, en la fe, tenemos una primavera que podemos asociar a nuestra conversión como nuestro primer amor, pero hay diferencia entre el plano espiritual en el hombre y el físico y el intelectual: el espiritual es el único que siempre puede mejorar, mientras que el físico y el intelectual se verán inevitablemente afectados por el paso del tiempo: nuestra fe y nuestra vida espiritual pueden crecer siempre; por tanto, siempre es o puede ser primavera o verano en nuestra fe y por eso , la fe o lo relativo a ella , suele estar representado en pintura con tonos alegres, vivos y luminosos. Recuerdo ahora “La Anunciación” de Fra Angelico.

El verano, cada año, nos interpela, porque, como dijo don Luigi Giussani, y cito textualmente:

“Lo que de verdad quiere una persona, sea joven o adulta, se comprende no por cómo trabaja o estudia – que es lo que está obligada a hacer -, no cuando se mueve determinada por conveniencias o deberes sociales, sino por cómo emplea su tiempo libre.”

Embellecer y humanizar la pequeña parcela de mi mundo, en la que me toque estar, se me ocurre que es una forma fantástica de emplearlo.

Javier González, profesor de lengua y literatura y pintor.