Cincel y martillo en mano
va el artista puliendo su obra.
Despacio, con calma.
Acaricia la piedra,
rozándola apenas.
Con ternura,
para que no se estremezca.
Cuando después de años,
a la luz asoma
lo que parece forma,
uno no se ha dado cuenta
de que alguien pule su roca.
De pronto, el hombre que vive dentro
de ese frío bloque de piedra
se asombra, levanta la mirada
y al verse moldeado por otro,
se altera.
Más aún se retuerce:
Llama el orgullo a la puerta.
El artista lo nota.
Se para. Hace presente su autoría
con sigilo,
procurando no aplastar con su Gloria
al frágil hombre de roca.
Y el hombre,
reconociendo en Él a su dueño,
reconociendo en Él a su padre,
moldearse se deja.
No obstante duele.
No obstante, quema.
Pero, ¿cómo dejar de dar gracias a aquel
de quien no ha recibido la esencia?.
Inés de Medrano.
Muy bonita poesía; un comentario, quizá el último verso sea «de quién UNO ha recibido la esencia?».