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Antes de dar por finiquitado un día llamado lunes tan intenso, pero a la vez tan lleno de todo, me dedico a acomodarme en los pies de mi cama en donde acumulo ilusiones, sueños, proyectos, pensamientos y soledades. Es aquí donde doy por terminado todos y cada uno de mis días, es aquí donde me cito a diario con la pluma y el papel para no dejar morir esta afición tan apasionada por mí que me ha regalado el Señor, el escribir, y es aquí y ahora donde os escribo y dedico este post el cual podréis leer uno de estos martes cercanos o por lo menos así lo creo y así lo espero.

Negociando con la verdad y tratando de lidiar con la realidad no hay nada mas cierto que con las bajas temperaturas que estamos teniendo (a pesar de que el típico 22 de diciembre, día en que oficialmente empieza el invierno, esté algo lejos) creo que podemos darle ya la bienvenida a otra nueva estación, al invierno. Y, no hay nada más real tampoco que hace tan sólo un día que hemos pisado el adviento.

Aquí es donde os doy la bienvenida a mi dilema: invierno y adviento, ¿por cuál de ellos empiezo? El adviento ya lo tenemos encima y el invierno, oficialmente, está a la vuelta de la esquina, aunque no sean las temperaturas las que me convenzan de que el invierno aún está por llegar.
Es por ello mi dilema de por cuál de estos dos términos empiezo primero a hablaros.

Tras la controversia expuesta entre la indecisión y yo de este dilema, me decanto por empezar a hablaros del adviento y no ha sido una alternativa escogida al azar ni tampoco pensada porque sí. Sino más bien ha sido una elección hecha tras sospesar en la balanza de mi razón la preferencia, la relevancia y la importancia de ambos aspectos, del invierno y del Adviento. Y por goleada máxima ha ganado el Adviento.

El Adviento, para mí, es una palabra privilegiada porque desde que soy consciente de ella me la tomo como un tiempo que me invita a pensar en el pasado, en el nacimiento de Jesús en Belén hace unos 2.000 años, sí, lo sé, un pasado, hablando en fechas, muy lejano, pero que todos sabemos que es un pasado tan cercano como el presente en el que estamos. Es una palabra que me anima a vivir más el presente sin olvidarme de su presencia en mí y en el mundo. Y es una palabra que me prepara para el futuro, un futuro que quiero, como todos queremos, supongo, que me sea premiado con el Cielo.

El Adviento, es también para mí una palabra que huele a preparación, una preparación de mí misma y, simultáneamente de mi alma, puesto que mientras estemos en esta vida, ambas, tanto mi persona como mi alma estamos unidas. Una preparación para hacerme mejor persona en el presente y en los infinitos días que se me presentan por delante. Una preparación que nada más y nada menos nos lleva a la llegada del Señor, ¿os imagináis un mundo sin Dios? – inimaginable, ¿verdad? – solo el pensarlo me produce terror.

¿Me dejáis hablaros también un poquito del invierno? Así como os lo he prometido al principio de este blog. Bueno, lo que se dice hablar, hablar de ello, no sería; más bien será comentaros unas pequeñas pinceladas de lo que mi razón cree respecto a su llegada, de lo que mis sentimientos sienten a su venida, y de lo que la inspiración me dicta cuando el invierno ya lo tenemos encima. Seré breve, os lo prometo, puesto que considero que lo más importante de este post es el tema del Adviento, ¿vosotros no?

Se que para muchos el invierno supone una estación triste en donde escasean algo más las ganas de hacer cosas y, mirándolo de según que modo, me uno al bando de la escasez de las ganas, dado que el frío tan característico de esta época, debido a la disminución de las horas de sol y puesto que el día da lugar a la noche mucho antes de lo que uno quisiera. Y, sí, dicho así, puede que no se puedan hacer las cosas más apetecibles que acompañan más a otras estaciones. Pero el invierno tiene su encanto, no solamente tiene días grises en los que a veces parece que la abundante lluvia te penaliza por hacer vida.

El invierno tiene días en los que te regala postales para tus recuerdos con tus calles pintadas de blanco por la nieve, con las tardes de amigos en un bar tomando el típico chocolate caliente, con los niños chapoteando alegremente en los charcos y con los fines de semana pasados en la montaña en familia o entre amigos para disfrutar de las maravillas que nos da el Señor a través de la naturaleza.

Porque, ¿qué sería de la Sierra o de las montañas si no existiese el invierno? ¿Quién las llenaría de alegría en su estación favorita, la cual creo que, precisamente es esta, el invierno, con los famosos muñecos de nieve que se dejan sembrados en ella o con las increíbles vistas que podemos apreciar desde las montañas?

Y, como no, aprovechar esta estación para el arte porque ahora que he hablado seriamente con la razón en cuanto a la palabra arte, razón que no le puedo quitar, me he acabado convenciendo de que el invierno es también un tiempo más que propicio para aprovechar y explotar el arte que cada uno lleva dentro, aprovechar estos días grises con intempestivas lluvias para crear lo que los sentimientos gritan a la razón y lo que Dios nos pone en nuestro corazón.

Eva Sena,