Valentin Arteaga-23julio 2019-Isaac Abad

Mi apreciado editor Jaime Quevedo Soubriet, además de compañero admirable en muchos sucedidos, me recordaba hace días una anécdota de años pasados: un santo sacerdote, estimado de ambos, que reconocía sentirse muy cerca de Dios en todos sus actos y costumbres, con mucha caridad, eso sí, se atrevió a juzgar ciertos procederes de un servidor. Le respondí, me trae a la memoria el editor y amigo, de la manera siguiente: “oye, has de saber que soy poeta, no santo”. Lo cual no da a entender que mi mayor anhelo, desde el día de mi ordenación sacerdotal, no sea poder crecer en gracia permanentemente y aproximarme más y más a las vecindades de Dios. Sé muy bien que no hay otra vocación más verdadera que la de ser santo. Sobre todo, amigo, si te ha caído en suerte que Dios te haya hecho su sacerdote. El sacerdote es un “homo dei”, un hombre del santuario. Posee el encargo de cuidar con delicada veneración que la luz de lo sagrado no languidezca nunca, ocurra lo que ocurra en el mundo de los hombres.

Para tan arduo quehacer es imprescindible aproximarse tímida y humildemente al arte, a la belleza. Escribió Herman Hesse: “arte significa: dentro de cada cosa mostrar a Dios”. Y Simón Weil: “en todo lo que suscite en nosotros el sentido puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios”.

Confieso que nunca ha dejado de extrañarme que tanto dentro como fuera de la Iglesia se me preguntará con ocasión y sin ella: “¿sacerdote y poeta? ¿Cómo se combinan ambas cosas?”. Mi respuesta: “no eche usted en olvido, buen hombre, el Mester de Clerecía y el gran Siglo de Oro español: Calderón de la Barca, Tirso de Molina… y Lope de Vega, Juan de la Cruz y Góngora, y pare usted de contar”.

En mis años de preparación al sacerdocio no había seminario ni estudiantado religioso en los que no se confeccionaran admirables pliegos poéticos, entre los cuales sobresale Estría, del Colegio Español de Roma, con colaboradores de la talla de Cabodevilla, Montero, Escribano, Descalzo…

Hacia los años noventa el alemán Franz Niedermayer publica una antología de interés de los Poetas curas españoles del Concilio. Innsbruck, Tyrolia: Jorge Blajot, Jesús Tomé, Rafael Alfaro, Valentín Arteaga, José Luis Martín Descalzo, Pedro Lamet…

Igual que hace años un grupo coral famoso se preguntaba: “¿dónde están los poetas andaluces de ahora?”, cabría preguntarse actualmente ¿dónde está el Mester de Clerecía de ahora? En los Centros de Estudios y en las Facultades Teológicas de hoy en día se tendría que tener en cuenta aquella afirmación de Dostoievski, citada por Benedicto XVI en su Encuentro con los Artistas (21.XI.2009): “la humanidad puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo”.

El 7 de mayo de 1964 Pablo VI, citado también por Benedicto XVI, confió a los artistas lo siguiente: “nuestro ministerio necesita vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio consiste en predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo inefable, de Dios”. Servidor no se cansa de dar gracias a Dios por la ordenación sacerdotal y la sublime aproximación a la poesía.

Ea, como se explicaba el otro.

Valentín Arteaga,