«Si quieres saber en qué creemos, ven a oír lo que cantamos»
(San Agustín)
Con esta frase, sencilla pero rotunda, podríamos resumir la importancia que tiene la música en nuestras celebraciones y en especial en la Eucaristía. Do, re, mi, fa, sol, la, si; con estas siete notas combinadas debidamente y una buena letra que salga del corazón, podemos alabar y dar gracias a nuestro Señor, pedirle perdón y ayuda, reflexionar sobre sus enseñanzas e interiorizarlas, y sentirnos muy, muy cerca de Él.
El hombre siempre ha necesitado de estímulos que le ayuden a comprender y de elementos que le ayuden a expresarse. Cuando miramos al cielo y rezamos queremos música de fondo, necesitamos melodías e ideas que nos ayuden a que nuestra oración sea más intensa. Me vienen a la cabeza muchos salmos: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”, “Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos”, “que canten de alegría las naciones porque riges el mundo con justicia”. Todos estos versos de los salmos tenemos que entenderlos no como meras palabras, sino como una invitación a la música y sobre todo al canto, que considero que es la mayor expresión del corazón.
¡Qué importante es el canto para los católicos, sobre todo en la Eucaristía! Pero ¿por qué?
El canto es un reflejo de lo que vivimos y sentimos. Dice san Agustín: «Si quieres saber en qué creemos, ven a oír lo que cantamos». En las misas, tanto cada día como a lo largo de los diferentes tiempos litúrgicos, se hace un repaso de todas las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia, y Jesucristo se hace presente, viene a nosotros. La música me ayuda a soportar el dolor que siento al ver a Cristo crucificado, y cuando se hace presente en cuerpo y sangre quiero cantar de alegría y adorarle.
¿Cómo debemos llevar a cabo todo esto? Nos podemos guiar por la doctrina de la Iglesia, que en el catecismo nos indica lo siguiente:
«El canto y la música cumplen su función de signos de una manera más significativa cuanto “más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica” (SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles”» (CEE 1157)
No he encontrado ningún periodo en la historia de la Iglesia, salvo algunas excepciones puntuales, en el que la música no haya estado presente. Y en cada momento se ha adaptado a la expresión cultural del momento: gregoriano, motetes, polifonía o guitarras y bongos. Lo importante es que los cantos sean la expresión de la comunidad, que no se reduzcan a algo meramente sentimental e individualista, y que nuestra oración cantada se eleve a Dios.
Los coros, los salmistas, organistas, etc., han de ayudar a la comunidad, a través de los cantos, a convertir la celebración en un signo eficaz de nuestra vida interior. Es un verdadero servicio, un don de gratuidad. Dios nos habla, y la comunidad, con fe, responde. Hay una comunión total. El canto es una verdadera herramienta que no solo nos ayuda a expresar los sentimientos íntimos, sino que los realiza y los hace vida. La razón de ser de la música en la celebración cristiana le viene de la celebración misma y de la comunidad.
Hay que recordar, no obstante, que lo verdaderamente crucial es la Eucaristía. Como dice una amiga mía de Cursillos de Cristiandad: “Si la gente supiera qué es la Misa, no saldría de la iglesia”. Jesús se hace real; el pan y el vino se transforman en su cuerpo y sangre y nos alimentamos de Él. No, no nos hace falta nada más; pero podemos y debemos expresar a través de la música y el canto lo que supone para cada uno su presencia entre nosotros.
César Hidalgo,
Cantautor católico,
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