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Tiempo de reajustes 

Valentín Arteaga

          Nos encontramos ante un cambio de época y lo propio de todos los cambios de época es no saber a qué atenerse. Muchas costumbres que antes ofrecían seguridad, dejan de hacerlo y no se sabe qué hacer y nos desesperanzamos. No debe ser así. Los tiempos de cambio son tiempos de esperanza, la virtud que más se necesita en épocas de dudas y de perplejidad. La esperanza afirma que todo será de otra manera y da fuerza y valor para afrontarlo.

          La gran pregunta de la fe en los tiempos actuales tiene que ver con las formas de presentar el hecho cristiano a partir de ahora. No será fácil. Tiene que iniciarse antes un cambio en profundidad. Es verdad que nada es como antes. Pero no nos hemos de lamentar diciendo a todas horas: “Antes todo el mundo observaba las buenas costumbres de toda la vida”. Sea lo que sea, lo que ocurre es sencillamente que nos ha tocado vivir una hora de “reajustes”. No cualquier clase de reajustes. Reajustes profundos. En la actualidad la vida cristiana en general necesita reformularse desde lo hondo. No basta una simple mano de pintura, ni un mero lavado de cara, o de tapar alguna que otra grieta en los muros de la fachada. Se trata de una reparación de importancia. Como decía Santa Teresa de Jesús, vivimos “tiempos recios” que en definitiva suponen una llamada de alerta a confrontar lo que somos con lo que hemos de ser. No valen las medianías ni las componendas. Esta es la hora de la sinceridad con la propia conciencia y con la relación debida a los demás.

          El pensamiento y las costumbres de la vida actual suponen un reto enorme para quienes se confiesan creyentes en Jesús y miembros de la Iglesia. Se debe examinar si se está ofreciendo respuesta o no a este reto o si, por el contrario, se escurre el bulto, o el cristiano se guarece en cómodos soportales de prudencia, o dimite de la esperanza. Lo dicho, ésta es una virtud hoy imprescindible y de la que precisamos agenciarnos una gran cantidad para caminar por las sendas de la vida cristiana en la actualidad. Aunque cueste, a pesar de las pruebas que nos veamos obligados a superar.     Para quien camina, guiado por la fe, nada es tan devastador como parece. Lo primero que debemos reajustar es la virtud de la fe. Puede que creamos que creemos, y en el fondo no sea así. Desde la fe todo es distinto. Las cosas –sean positivas o negativas– se ven de otra manera: las mueve la Divina Providencia. Las noches y los días, el sol que cruza tan campante las tierras, la lluvia que después del verano tan seco alegra las avenidas y los parques… son “signos” y “recordatorios” de Dios. También lo son las dificultades que nos toca padecer, las burlas, las calumnias. No nos descorazonemos porque la situación actual nos parezca una situación difícil. Depende. Es cuestión de tener esperanza. Entre las otras posibles maneras de presentarse, el cristianismo que está llegando tiene el deber de hacerlo ofreciendo motivos para la esperanza. La esperanza es la pieza más importante que hemos de reajustar, y ello desde su veracidad. No valen los recambios viejos ni los parches de ocasión. Los grupos cristianos de toda clase y condición han de ser semilleros de esperanza. Hoy es imprescindible vivir la esperanza en la vida familiar, en el trabajo, en el campo del pensamiento, en las celebraciones, en cualquier tipo de reunión o de encuentro. Los cristianos que se mantengan dispuestos a continuar siendo cristianos, aunque se pongan cada vez peor las cosas, están llamados a repartir esperanza. La esperanza que regala Espíritu al sembrador, no la de los segadores que vuelven de los campos con sus carros cargados de frutos cuajados.

            Si queremos entrar bien dispuestos y preparados de modo creyente en esta época nueva que llega, nos hace falta ajustar en profundidad nuestra vida cristiana. Y precisamos hacerlo ya, porque estos tiempos no admiten dilaciones. Como dice el título de una novela moderna, “todavía es tarde”. Es tarde todavía y nos hallamos empujados a cruzar la noche. Esta se nos está viniendo encima deprisa, y veremos cómo acaba. Acabará bien, seguro. Si queremos cruzar la oscuridad tendremos que ajustar muchas cosas: el motor, la dirección, los faros, el aceite, el agua… Ante un panorama así podemos caer en dos clases de tentaciones, la primera, la del pesimismo desesperanzado que dice: no hay nada que hacer, la tormenta no da visos de remitir, la riada de ateísmo, increencia, inmoralidad… está llevando corriente abajo cuanto habíamos puesto en pie durante tanto tiempo. Es el final. La segunda tentación: Buscar donde sea y como sea “refugios” en los que, de espaldas a cuanto ocurra en la calle, continuar siendo los mismos de siempre. No arriesgarse siquiera a abrir un ventanuco al frío. La corriente nos puede constipar de golpe. No es eso.

          Hace falta que seamos capaces de responder a los desafíos actuales. Para lo cual, sin duda, precisamos llevar a cabo, una cierta, por llamarla de algún modo, “operación limpieza” hasta el último rincón de la casa. No sólo en el pasillo de entrada: se le quita un poco de encima el polvo a los muebles y basta. Hoy no basta. Precisamos una renovación cristiana desde lo hondo del ser. No hace mucho vi expuesto en el escaparate de una librería un folletillo llamado así: “Es hora de volver a casa”. Cuánta verdad. La hora actual, en la que se vive tanta desatención y languidecen cada momento más los lazos afectivos, la Iglesia ha de mostrarse tal como la quiere Jesús: un hogar ancho de fraternidad, una inmensa Casa de Comunión, un espacio de acogida, el más atrayente de todos, el más cálido. Como no seamos capaces de poner en el centro de nuestras preferencias y deseos el Deseo y la Preferencia del Padre, nos veremos traídos y llevados por esta ventolera tristísima de relativismo y desarme ético cada día más creciente.

          Corre prisa que reavivemos en nosotros la seducción de Jesús, redescubrir el valor y la importancia del Tú envolvente y absoluto de Dios. La cultura devastadora que cunde hoy por todas partes está a punto de lograr que desaparezcan el silencio, la sorpresa, la admiración, la capacidad contemplativa, la oración, el éxtasis… ¡No lo hemos de consentir! ¿Es verdad que la vida se ha puesto mal, muy mal, hoy en día entre nosotros? ¿Y qué? Jesús Resucitado nos recomienda: “Volved a Galilea”. “Galilea” significa el lugar del mundo por donde caminan los demás a sus ideales, sus aventuras… En ese lugar están sembradas las semillas del Reino. Y el Reino crece. ¡Vaya si crece! Así, pues, reajustemos lo más posible nuestra vida cristiana y confiemos en el Espíritu. No hay mal que por bien no venga.