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Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es el cartero llamando a casa sobre el medio día y entregando el correo a quien abriera la puerta, que siempre era un mayor.

A medida que se iban aproximando las Navidades el cartero venía cada vez con más cartas. Eran los Christmas de Navidad, que mi madre después de leer, con una sonrisa, los iba poniendo sobre las mesitas y estanterías, decorando el salón no solo con bonitas imágenes, sino también con el cariño de quienes lo enviaban.

A mí me encantaban. Me parecían preciosos todos. Unos con el portal de Belén; otros con el árbol, otros de bolas de Navidad… los había de paisajes nevados y con la estrella señalando el camino y como no, mis preferidos… los de los Reyes Magos en sus camellos cargaditos de regalos.

Que preciosa costumbre. Felicitar la Navidad con esas tarjetas, con imágenes evocadoras que nos ayuden a contemplar el Misterio de las Fiestas que celebramos, cargadas de afecto y buenos deseos.

Con el tiempo, cuando fui creciendo, desde muy jovencita yo también mandaba mis Christmas. Era el momento de acordarme de todos mis amigos, los del verano, los de mi clase, mis amigas de San Fernando, de Cabra, de Cartagena, de Tenerife… Según iba creciendo iba sumando amigos de todos los sitios por los que iba viviendo. Yo siempre he sido de mantener correspondencia con mis amigos, pero el momento de volver a retomarla, si es que se había enfriado, siempre era la Felicitación de Navidad.

Con el tiempo, cada vez con la vida más ajetreada, eran menos las tarjetas que escribía y más las llamadas de teléfono. El motivo seguía siendo el mismo, felicitar las Fiestas. Más tarde, con los móviles, menos eran las llamadas y más los SMS. Y Después los mails y los WhatsApp. ¡Pero no era lo mismo!

Y un día así me lo planteé. Y pensé más o menos lo que debió pensar Sir Henry Cole, el que inventó las tarjetas navideñas en 1843 en Inglaterra. El encargó a un amigo pintor, John Calcott Horsley que le dibujara y pintara una escena navideña, que luego mandó reproducir en una imprenta, para después escribirle unos breves deseos de felicidad, firmarlas y enviarlas a los amigos y familiares. Unos años más tarde, en 1862 se empezaron a imprimir tarjetas navideñas de serie, que fueron un éxito inmediato. Pero el espaldarazo definitivo, convirtiéndolo en costumbre lo dio la Reina Victoria, cuando en 1893 encargó 1000 tarjetas a una imprenta británica.

Mi planteamiento fue más o menos el mismo. Se trataba de aprovechar la inmediatez de la tecnología y de llegar a todos mis amigos y personas queridas, pero de una manera más personal, con más detalle, con más mimo. Que supieran que había pensado en ellos y que realmente les deseaba una Feliz Navidad y prosperidad para el nuevo año que próximamente comenzaría.

Se trataba de dejar una imagen a la que contemplar, como clave de esos buenos deseos para mis familiares y amigos. Y para ello, como artista, quise poner mis pinceles al servicio de éste fin.

Y así fue como nacieron mis Tarjetas de felicitación de Navidad. Desde el año 2007, todos los años en el tiempo de Adviento empiezo a pensar en mi tarjeta. Rezo.  La diseño, hago bocetos, guarreo un poco con diferentes técnicas y al final elijo mi felicitación. Luego mi marido la convierte en digital.  La maqueta, le incorpora un villancico y la enviamos a toda nuestra gente querida.

Muchos de ellos utilizan mi obra para felicitar a los suyos, otros las imprimen y hay quién las colecciona. Y he de decir que, para mí, como artista, es un honor.

Los tiempos seguirán cambiando, la tecnología seguirá avanzando, y ojalá los artistas nos sigamos adaptando a todo ello con el fin de conservar y reclamar la esencia de la fiesta: “Celebrar el nacimiento de Jesús, el Redentor del mundo. El único capaz de llenar nuestro corazón de felicidad”.  La belleza al servicio de la Belleza.

¡Qué preciosa costumbre!… ¡Felicitar la Navidad con una bella tarjeta!

María Diufaín,