El encuentro de Jesús resucitado con su Madre
En la mañana de este día de gloria, Domingo de Resurrección, en muchas de nuestras ciudades y pueblos se ha escenificado el encuentro entre Jesús Resucitado y su Madre, María Santísima. Como es bien sabido, esta aparición del Resucitado no es narrada por los Evangelios, y sin embargo, la tradición cristiana la ha evocado muchas veces, tanto en el arte como en los escritos de pastores, místicos y poetas.
Sor María de Jesús de Agreda
Una de estas evocaciones la encontramos en los escritos de la venerable Sor María de Jesús de Agreda (16021665), en su célebre obra Mística Ciudad de Dios. Recogemos dos momentos de su preciosa reflexión:
“Y en el mismo instante que el alma santísima de Cristo entró en su cuerpo y le dio vida, correspondió en el de la purísima Madre la comunicación del gozo, que […] estaba detenido en su alma santísima y como represado en ella aguardando la resurrección de su Hijo santísimo. Y fue tan excelente este beneficio, que la dejó toda transformada de la pena en gozo, de la tristeza en alegría y de dolor en inefable júbilo y descanso. Sucedió que en aquella ocasión el Evangelista San Juan fue a visitarla, como el día de antes lo había hecho, para consolarla en su amarga soledad, y encontróla repentinamente llena de resplandor y señales de gloria a la que antes apenas conocía por su tristeza. Admiróse el Santo Apóstol y, habiéndola mirado con grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería resucitado, pues la divina Madre estaba renovada en alegría”.
Así pues, según la venerable abadesa concepcionista, la Virgen María conoció el momento mismo de la resurrección de su Hijo, por esta gracia especial. Pero, además, recibió la visita del Resucitado, escena que vemos representada en el arte cristiano numerosas veces.
El «aparecimiento» que hizo Cristo a su Madre
Así narra Sor María de Jesús el encuentro entre Cristo Resucitado y su Madre:
«Estando así prevenida María santísima, entró Cristo nuestro Salvador resucitado y glorioso, acompañado de todos los Santos y Patriarcas. Postróse en tierra la siempre humilde Reina y adoró a su Hijo santísimo, y Su Majestad la levantó y llegó a sí mismo. Y con este contacto —mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas santísimas de Cristo— recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que sola ella le mereció, como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle si no fuera confortada de los Ángeles y por el mismo Señor para que sus potencias no desfallecieran. El beneficio fue que el glorioso cuerpo del Hijo encerró en sí mismo al de su purísima Madre, penetrándose con ella o penetrándole consigo, como si un globo de cristal tuviera dentro de sí al sol, que todo lo llenara de resplandores y hermoseara con su luz. Así quedó el cuerpo de María santísima unido al de su Hijo por medio de aquel divinísimo contacto, que fue como puerta para entrar a conocer la gloria del alma y cuerpo santísimo del mismo Señor. Y por estos favores, como por grados de inefables dones, fue ascendiendo el espíritu de la gran Señora a la noticia de ocultísimos sacramentos. Y estando en ellos oyó una voz que le decía: Amiga, asciende más alto (Lc 14, 10).
Y en virtud de esta voz quedó del todo transformada y vio la divinidad intuitiva y claramente, donde halló el descanso y el premio, aunque de paso, de todos sus trabajos y dolores. Forzoso es aquí el silencio, donde de todo punto faltan las razones y el talento para decir lo que pasó a María santísima en esta visión beatífica, que fue la más alta y divina que hasta entonces había tenido. Celebremos este día con admiración de alabanza, con parabienes, con amor y humildes gracias de lo que nos mereció y ella gozó y fue ensalzada».
Pues respetemos este silencio, que exige el mismo acontecimiento, y alegrémonos con María y con toda la Iglesia por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, prenda y primicia de la nuestra.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Juan Miguel Prim Goicoechea,