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Hace días, no muchos, la verdad (pero en realidad no sé cuántos exactamente) por parte de una grandísima y espectacular amiga, tan grandísima como espectacular, recibí un poema. Un poema que jamás había leído, un poema de una escritora de quien jamás había oído mencionar y un poema el cual jamás de los jamases caerá en el olvido.

En principio, este poema no me dijo mucho, sí es cierto que me encantó de buenas a primeras ya no sólo por su sonido, por su rima y por su ritmo; sino también por su sentido, significado y sentimiento que plasma su autora, María Elvira Lacaci.

Tal fue el encandilamiento que me produjo su belleza que estos días, sin saber por qué, aunque si por quién, la necesidad que requería mi aliento para continuar en estos momentos en los que todos nos hemos encontrado alguna que otra vez, me hizo recurrir al poema que os hablo, el cual os comparto en unas líneas más abajo.

Bendito poema el que fui a recibir y bendita providencia la que hizo que dicha amiga me lo fuera a enviar para que no sólo cayera en mis manos para que mi corazón lo sintiera, sino para que también mis sentimientos, muchas veces, a Dios gracias, esporádicos y contradictorios a mis convicciones por causa de los tropiezos que según cuando la vida te origina, desaparezcan tan pronto como se avecinan.

Siempre que hablo de este poema o pienso en el mi convicción aumenta progresivamente cerciorándose de que es fruto de la divina providencia. Y os diré por qué, motivo que creo yo que entenderéis a la perfección en cuanto lo leáis. Motivo el cual no es ningún otro más que, porque las palabras del título de la poesía protagonista de hoy día “Te veo tanto” así como también las palabras de uno de sus versos, concretamente, el penúltimo “No te apartes Señor, Señor. Que yo te sienta” resultan ser el espejo en donde los sentimientos de María Elvira Lacaci, la autora del poema, se reflejan con los míos cuando en Dios pienso, cuando con Dios camino y cuando junto a Dios vivo.

«Te veo tanto»

Te veo tanto, Dios, en lo mudable,

en las pequeñas cosas que creaste,

que a menudo

tu aliento en su materia me intimida.

Y anhelo tu presencia,

tu contacto en mi alma

desasida de roces. De contornos. De aromas.

Pero sentirte así tan allegado

en cada cosa que a mis ojos nace,

me hace daño Señor.

Te quiero cerca. Pero así tanto, tanto…

Cobrando dimensiones gigantescas

no te puedo llevar.

Y,

bruscamente,

aparto la mirada

de un guijarro,

de una flor con rocío,

de un bello animal…

por donde asoman

tus misteriosos ojos a la Vida.

Tienes que disculpar que yo rehúya

esta vivencia tuya que me encorva,

ese profundo grito que me invade

más allá de lo humano

de mis huesos.

Mi materia es endeble

y Tú te adentras

como saeta azul por sus tejidos.

Y, a veces,

resquebrajarse teme

con tu peso.

Tu peso sin medida. Solo viento.

Celeste viento fuerte que me ciega

si no bajo los párpados. Herida.

No te apartes, Señor. Que yo te sienta.

Pero así, tanto, tanto…

María Elvira Lacaci

Eva Sena