Me gustas y te amo porque eres tan humilde,
mujer en ese grupo pequeño de la gente
que no tiene ni nombre ni historia ni raíces.
Me acerco a tu paisaje de pobreza, mujer,
porque estas escondida en el pueblo y careces
de apellidos y voz. Amo tu hogar sin lumbre
y esas tus manos huérfanas de hazañas y palomas.
Sólo un río de rosas te salpica muy hondo
y estás en el anónimo milagro de la espera
de un mundo en donde al fin no sea imposible
ser hombre de unos instantes,
muchacha atribulada por carecer de todo.
Vienes, sí, del anhelo, del grito socavado
en el centro mismísimo del llanto.
Te quiero enormemente por tu frutal sequía.
Porque falta en tu mesa pan y vino, y te sobra
mendiguez en los ojos para mirar muy fijo.
Me gustas porque estamos a tu lado cabales
y Dios puede llegarnos a vaciarnos su vida.
Tu eres de los nuestros, María,
concebida sin pecado por ser
la más pobre de todos.
Valentín Arteaga,